martes, 10 de mayo de 2011

«LAS MANOS DE MI MADRE» por Carlos Rey

«LAS MANOS DE MI MADRE»
por Carlos Rey

(Día de la Madre en México y El Salvador)
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras...
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades…
¡Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas!
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción:
¡son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
Aprended de blancuras en las manos maternas.)
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con ternezas!
Con este poema que lleva por título «Las manos de mi madre» el poeta salvadoreño Alfredo Espino, en su obra titulada Jícaras tristes, le rinde homenaje a la mujer que marcó su vida como ninguna otra. Según el prologuista Francisco Andrés Escobar, uno de los factores más influyentes en la vocación de Alfredo Espino fue su madre, doña Enriqueta Najarro: «Hija de un abogado y hombre de letras, fue maestra, poetisa y, sobre todo, mujer dedicada al hogar. Nunca ejerció el oficio docente. Sus habilidades educativas las realizó en sus hijos, sobre todo en aquellos... cuyas propensiones literarias se acercaban mucho a la vocación poética de ella....
»La madre del poeta tuvo en él a un excelente discípulo privado y a un hijo en quien vio prolongadas sus personales inclinaciones literarias. “Él le enseñaba los versos a mi mamá. Ella lo apoyaba y lo aconsejaba”[, recuerda su hermana Hortensia].
»Desde sus primeros años de infancia, Alfredo fue callado, apartado, dueño de una fuerte propensión a la melancolía alternada con períodos o momentos de euforia. Cuenta su hermana: “A veces le agarraban tristezas. Se encerraba entonces en una sala, y únicamente mi mamá lo podía consolar con sus palabras y sus caricias.”»
Gracias a Dios, los que no tienen una madre que sepa borrar sus tristezas y que los consuele con sus palabras y sus caricias, ya sea porque nunca la tuvieron o porque ha fallecido, pueden recibir aliento de estas palabras del profeta Isaías: «Así dice el Señor: “Como madre que consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes.”» De ahí que, al igual que el apóstol Pablo, puedan decir: «Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones».

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