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(Día de la Madre en México y El Salvador) Manos las de mi madre, tan acariciadoras, Con este poema que lleva por título «Las manos de mi madre» el poeta salvadoreño Alfredo Espino, en su obra titulada Jícaras tristes, le rinde homenaje a la mujer que marcó su vida como ninguna otra. Según el prologuista Francisco Andrés Escobar, uno de los factores más influyentes en la vocación de Alfredo Espino fue su madre, doña Enriqueta Najarro: «Hija de un abogado y hombre de letras, fue maestra, poetisa y, sobre todo, mujer dedicada al hogar. Nunca ejerció el oficio docente. Sus habilidades educativas las realizó en sus hijos, sobre todo en aquellos... cuyas propensiones literarias se acercaban mucho a la vocación poética de ella.... »La madre del poeta tuvo en él a un excelente discípulo privado y a un hijo en quien vio prolongadas sus personales inclinaciones literarias. “Él le enseñaba los versos a mi mamá. Ella lo apoyaba y lo aconsejaba”[, recuerda su hermana Hortensia]. »Desde sus primeros años de infancia, Alfredo fue callado, apartado, dueño de una fuerte propensión a la melancolía alternada con períodos o momentos de euforia. Cuenta su hermana: “A veces le agarraban tristezas. Se encerraba entonces en una sala, y únicamente mi mamá lo podía consolar con sus palabras y sus caricias.”» Gracias a Dios, los que no tienen una madre que sepa borrar sus tristezas y que los consuele con sus palabras y sus caricias, ya sea porque nunca la tuvieron o porque ha fallecido, pueden recibir aliento de estas palabras del profeta Isaías: «Así dice el Señor: “Como madre que consuela a su hijo, así yo los consolaré a ustedes.”» De ahí que, al igual que el apóstol Pablo, puedan decir: «Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones». |
"Yo soy el buen Pastor, el buen pastos, da su vida por las ovejas" JUAN 10: 11
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martes, 10 de mayo de 2011
«LAS MANOS DE MI MADRE» por Carlos Rey
domingo, 15 de febrero de 2009
UN SOLO CORAZÓN PARA LOS DOS


Los síntomas eran claros e inequívocos, y los médicos no se hicieron ilusiones. El cuerpo de Donna Ashlock, de diecisiete años, empezaba a rechazar el corazón de Félix Garza, de quince, implantado en ella tres años antes. A la muchacha la llevaron al hospital y la pusieron en cuidados intensivos. Pero la naturaleza respondió negativamente, y Donna murió el 7 de marzo de 1989. Durante tres años ella había vivido con el corazón de Félix. Dos personas, dos seres, dos vidas jóvenes: un solo corazón.
He aquí el ideal de todo noviazgo, de todo matrimonio. Dos vidas, dos personas, dos voluntades, pero un solo corazón. Un solo corazón para tener los mismos sentimientos, sufrir las mismas penas, gozar las mismas alegrías.
Félix murió de un aneurisma cerebral. Presintiendo su muerte, había donado su corazón a Donna, que lo necesitaba. Donna tenía catorce años, y vivió tres años con el corazón de Félix.
¿Qué hace que un matrimonio sea estable y duradero? El amor. ¿Cómo se fundamenta el buen amor? Cuando ambos corazones, el de él y el de ella, laten al unísono. ¿Cómo hacer que ambos corazones latan juntos? Ese es el gran secreto de un matrimonio duradero, estable y feliz. ¿Cómo se logra eso? La palabra clave es «compromiso». Esos votos que uno y otro se hacen ante el clérigo, los testigos y Dios, tienen que ser más que sonidos y articulaciones. Tienen que estar fundamentados en un compromiso, una lealtad, una unión de por vida. No puede haber siquiera la posibilidad de separación o divorcio. El compromiso es la clave. Él jura lealtad y amor eterno a ella, y ella jura lealtad y amor eterno a él.
Creemos que todo matrimonio comienza con esos ideales, pero algo pasa: enfriamiento, hastío, disgusto y, a partir de ahí, peleas e infidelidades, y al final el divorcio.
¿Qué ha ocurrido en los matrimonios fracasados? Para responder a eso hay que apelar a lo espiritual. El salmista dijo: «Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles» (Salmo 127:1). Es que los cónyuges hicieron caso omiso del gran edificador de hogares.
Si Dios no es el centro de nuestra vida y de nuestro hogar, fracasará nuestra familia. Cristo está a la puerta de nuestro matrimonio y nos pide que le permitamos entrar. Abrámosle hoy la puerta de nuestro corazón y de nuestro matrimonio.
He aquí el ideal de todo noviazgo, de todo matrimonio. Dos vidas, dos personas, dos voluntades, pero un solo corazón. Un solo corazón para tener los mismos sentimientos, sufrir las mismas penas, gozar las mismas alegrías.
Félix murió de un aneurisma cerebral. Presintiendo su muerte, había donado su corazón a Donna, que lo necesitaba. Donna tenía catorce años, y vivió tres años con el corazón de Félix.
¿Qué hace que un matrimonio sea estable y duradero? El amor. ¿Cómo se fundamenta el buen amor? Cuando ambos corazones, el de él y el de ella, laten al unísono. ¿Cómo hacer que ambos corazones latan juntos? Ese es el gran secreto de un matrimonio duradero, estable y feliz. ¿Cómo se logra eso? La palabra clave es «compromiso». Esos votos que uno y otro se hacen ante el clérigo, los testigos y Dios, tienen que ser más que sonidos y articulaciones. Tienen que estar fundamentados en un compromiso, una lealtad, una unión de por vida. No puede haber siquiera la posibilidad de separación o divorcio. El compromiso es la clave. Él jura lealtad y amor eterno a ella, y ella jura lealtad y amor eterno a él.
Creemos que todo matrimonio comienza con esos ideales, pero algo pasa: enfriamiento, hastío, disgusto y, a partir de ahí, peleas e infidelidades, y al final el divorcio.
¿Qué ha ocurrido en los matrimonios fracasados? Para responder a eso hay que apelar a lo espiritual. El salmista dijo: «Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles» (Salmo 127:1). Es que los cónyuges hicieron caso omiso del gran edificador de hogares.
Si Dios no es el centro de nuestra vida y de nuestro hogar, fracasará nuestra familia. Cristo está a la puerta de nuestro matrimonio y nos pide que le permitamos entrar. Abrámosle hoy la puerta de nuestro corazón y de nuestro matrimonio.
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